lunes, 3 de agosto de 2015

878.- El asesinato de Bernabé, entre la sinzarón de 1936 y el olvido de 2015

Un miembro del equipo de arqueólogos que ha realizado la exhumación de Bernabé, asesinado en 1936, junto a la única hija viva del hombre y Miguel, nieto de la víctima.- ARICO


El asesinato de Bernabé, entre la sinzarón de 1936 y el olvido de 2015


Setenta y nueve años después, Leonor Serrano vuelve a reunirse con su padre, asesinado en 1936. La falta de apoyo institucional se suplido con una exitosa colecta popular, el tesón de sus familiares y la tremenda labor de las asociaciones de memoria histórica


Por PAU GARCÉS

ZARAGOZA.- Bien entrada la noche del primero de noviembre de 1936, a Bernabé Serrano Ruiz, padre de once y pequeño agricultor afincado en Fuentes de Jiloca (Zaragoza), lo sacaron a rastras de su casa, entre los gritos de su mujer y el terror de sus hijos. A pesar de haber recibido aviso de Bonifacio, su primogénito, de que su nombre figuraba en una lista, Bernabé insistió en que “el no había hecho nada y no se iba de su casa”. A culatazos, los guardias civiles consiguieron meterlo en el camión junto a otro joven vecino cuya identidad, aún hoy se desconoce. Gregoria Acerete, su esposa, todavía con Leonor, su hija de ocho meses en brazos, corrió un trecho tras el camión, hasta que un guardia se bajó y le espetó: “O se va para casa a cuidar de los niños o se va al hoyo a cuidar de su marido”.


Aterrorizada, volvió a consolar a sus hijos. Pero con las primeras luces del alba y de la mano del pequeño Pascual, de diez años, enfiló el camino por donde se había perdido el camión y llegó hasta la tapia del cementerio del municipio colindante de Velilla de Jiloca. Frente a la esquina sudeste del camposanto, la tierra acababa de ser removida. A tres metros bajo tierra, juntos tras recibir el tiro de gracia, yacían los dos cuerpos. Y así permanecieron durante casi setenta y nueve años. Hasta el pasado lunes.

Setenta y nueve años después, tras cuatro días de trabajo de campo, el pasado 27 de julio, los restos fueron finalmente exhumados por el equipo arqueológico coordinado por la Asociación para la Recuperación e Investigación Contra el Olvido (A.R.I.C.O.) en colaboración con la Asociación Charata. El proceso comenzó en 2012, cuando los nietos de Bernabé, Miguel y Francis, entregaron toda la información y documentación de que disponían a Miguel Ángel Capapé, presidente de A.R.I.C.O. Como señala Javier Ruiz, arqueólogo y cofundador de Charata, durante el período inicial “los trabajos se centraron en el análisis de los registros civiles, sindicales, políticos y militares de Aragón, el estudio de las imágenes aéreas norteamericanas de los años 1945 y 1956, las entrevistas con vecinos y familiares y la obtención de los permisos necesarios.”

"Bernabé era un hombre de campo, analfabeto y sin inclinaciones ideológicas"


Sus familiares creen que el asesinato no tuvo connotaciones políticas ya que Bernabé era un hombre de campo, analfabeto y sin inclinaciones ideológicas. Según explica Miguel Serrano, uno de sus nietos, pudo deberse a “una discusión entre el cacique y él, en la que Bernabé se quejó de haber recibido menos dinero del acordado por sus jornales. Algo que no gustó al terrateniente.” En los tiempos que corrían, no hizo falta nada más.


Cráneo de Bernabé, fusilado por las tropas franquistas en noviembre de 1936.- ARICO



Expulsados de sus tierras

La familia abandonó su hogar y sus pequeñas parcelas de olivares fueron expropiadas. Así pues, se trasladan a Zaragoza en 1937, donde Gregoria y sus hijos desempeñan diversos trabajos, desde el reparto de prensa a la confección de camisas. Entre los años cuarenta y cincuenta, Pascual escapa a Francia, para evitar el servicio militar. Esta huida le impedirá volver a España hasta después de muerto Franco. Por ello se establece en el sur de Francia (donde aún hoy habitan numerosos familiares) y comienza a recibir inmigrantes, exiliados y fugados españoles, entre ellos varios familiares, a quienes facilita su llegada e integración social y laboral. Tanto la parte francesa de la familia como la española “sufrieron mil miserias”. 

Durante la Guerra Civil, Aragón estuvo dividido de norte a sur y se convirtió en uno de los frentes más importantes, junto al de Madrid. Debido a la cantidad de pequeños agricultores, la fuerte presencia de la UGT y a los sindicatos anarquistas en contraposición con los grandes terratenientes y acantonamientos militares de Zaragoza, Calatayud, Jaca o Huesca; la lucha fue intensa tanto en el frente como en las retaguardias. También lo fue el número de víctimas. Su ubicación geográfica convertía a Aragón en clave de las ofensivas franquistas hacia el mediterráneo y de los intentos republicanos por conectar con las regiones leales de Asturias, Cantabria y País Vasco. Un claro ejemplo de la importancia estratégica de la región son las sucesivas batallas libradas en Huesca, Belchite, Teruel y el bajo Ebro.



Ante la falta de fondos, las grandes fosas permanecen en el olvido, los restos de las víctimas se deterioran, los testigos y familiares se van muriendo



Ni una fotografía

Debido a la destrucción de documentos y fotografías, la familia no dispone de ninguna imagen de Bernabé. Aunque hay una en la que creen que aparece, se guían más por la datación de la foto y la indumentaria de los retratados que por la certeza de reconocer a su ancestro. Mediante testimonios de familiares y vecinos conocen cómo era su mirada, la forma de su boca o el ancho de sus espaldas. Pero esta ausencia, aunque dificulta el vínculo, no separa a la familia. Es más, en opinión de Miguel aunque a lo largo de los años no han mantenido un contacto estrecho, las dificultades del proceso de exhumación “han vuelto a unir a la familia” en la alegría y la satisfacción de este reencuentro. 

Hoy día, la única hija viva de Bernabé es una octogenaria pequeña y sufrida. De la mano de su hijo Miguel acudió al emotivo reencuentro con su padre. Allí ambos expresaron su rechazo a “buscar venganza, sino justicia” y animaron a todos cuantos “tienen un familiar en una cuneta o en un descampado a luchar para sacarlo de ahí sin esperar el apoyo del gobierno de turno”. 

A pesar de contar con la colaboración de voluntarios, el coste limita la dimensión de las exhumaciones. Así lo destaca Ruiz, quien asegura que “una prueba de ADN cuesta en torno a 1.000 euros. Por ello, intentamos hacer pequeñas exhumaciones (de dos a cuatro personas), que permitan mantener el tema a la vista y para las cuales seamos (financieramente) capaces”. 


FOSA BERNABÉ

Exhumación por crowdfunding

Capapé apunta a la falta de financiación y apoyo público como factores que han obligado a plantear las campañas de crowdfunding. Mediante la última de éstas han recaudado los 8.000 euros necesarios para abrir la fosa. A pesar de que “los socios no cobran, las exhumaciones tienen unos costes fijos como las pruebas de ADN, el alquiler de maquinaria o el trabajo de investigación.” En su opinión, “la solución no pasa porque una asociación reciba subvenciones. Aunque éstas pongan su experiencia y documentación, el trabajo debería llevarlo a cabo la Administración. Sería mucho más barato, porque contratando un equipo fijo, en dos años estarían todos los desaparecidos fuera de las fosas.”

Por su parte, el experimentado arqueólogo vasco Javier Ortiz, destaca la necesidad de arrojar luz sobre la historia. “Si nosotros, desde la calma y la normalidad, no sacamos a la luz todo lo que pasó, la historia se deforma. Por eso, vamos a salir ahí y vamos a buscar la verdad. Pero ni la tuya ni la mía, la verdad. No tiene porque gustar, pero aún así lo contaremos.”

“Es una falta de voluntad política. Y punto. No hablamos de utopías. Si lo estamos haciendo cuatro pringadillos, ¿cómo no va a poder hacerlo el Gobierno español?"

Todos ellos coinciden en la necesidad de despolitizar las exhumaciones y la Ley de Memoria Histórica para facilitar “que los descendientes de una persona puedan localizarla, enterrarla y tener un sitio al que llevarle flores” al margen de su ideología. La pasividad institucional y la reticencia de algunos partidos tienen, para Ortiz un origen claro: “Es una falta de voluntad política. Y punto. No hablamos de utopías. Esto es muy fácil. Si lo estamos haciendo cuatro pringadillos, con nuestros propios medios y poco más, ¿cómo no va a poder hacerlo el Gobierno español? ¿Qué nos están diciendo, que nosotros tenemos más medios o más capacidad? Lo único que tenemos es voluntad.”

Miguel coincide plenamente con este razonamiento. Para él se trata de “un acto de justicia, de vergüenza y de dignidad. Fuera quien fuese, no se puede dejar a nadie fuera”. Desde el agradecimiento hacia quienes han colaborado en la exhumación y en el crowdfunding, Miguel insiste en que “este país no cambiará en nada hasta que lo saquemos adelante los hijos de la vergüenza”.









jueves, 30 de julio de 2015

877.- El éxtasis de Santa Teresa fue un simple orgasmo

Campaña de Oliviero Toscani, para Benneton


El éxtasis de Santa Teresa fue un simple orgasmo

Publicado por Pepo Jiménez


El oscurantismo, rociado de hipocresía, ha dominado la catequesis sexual de la iglesia católica para con su clero. Escondiendo el sexo tras un velo de prohibición o de falso misticismo. La historia de los Concilios ha ido tejiendo una normativa interna de comportamiento célibe casi siempre transgredida. Este es un viaje apasionante por los dogmas dictados por los ‘jerarcas del camauro’ para intentar regular el instinto carnal del clero en una imposición conductual que ha fracasado siempre frente a los principios antropológicos naturales.


“Si el eclesiástico, además del pecado de fornicación, pidiese ser absuelto del pecado contranatura o de bestialidad, deberá pagar [a las arcas papales] 219 libras, 15 sueldos. Más si sólo hubiese cometido pecado contra natura con niños o con bestias y no con mujer, solamente pagará 131 libras, 15 sueldos.” Cánon II de la Taxa Camarae, promulgada por el Papa León X. Siglo XV

Probablemente la lucha antinatura contra este instinto carnal ha sido el mayor pozo de desprestigio para el ‘negocio de Roma’. Escisiones de la Iglesia Católica Romana como el Protestantismo y Luteralismo han sabido gestionar mejor la doctrina moral del sexo aborreciendo el celibato; la prueba es que carece de casos de abusos sexuales a menores. Si prohibes por mandato divino ‘No desear a la mujer del prójimo’ acabas por anhelar acostarte con ella y con su hermana.

Sería un error juzgar con la ley del presente los delitos acaecidos en el pasado. Se trata de analizar y estudiar los hechos de ayer para comprender los motivos de las perversiones sexuales y los delitos encubiertos derivados en la Iglesia contemporánea.

La iglesia, en sus orígenes, fue espejo de la sociedad de la que se empapaba. En eso la modernidad de la institución era ejemplarizante. No como el par de centurias de retraso que arrastran en la actualidad. La estigmatización del sexo ha producido el efecto contrario al deseado. Los cargos de la curia, por entonces, se emborrachaban de vino, sexo y jerarquía al ritmo de Dioniso y las peores (o mejores) costumbres de los tiempos del paganismo. En el siglo III, el Concilio de Antioquía ya espetaba a todas sus Iglesias: “No ignoramos que muchos obispos pecan con las mujeres que con ellos tienen”. Primer aviso.




Conforme pasan los siglos, los cánones se especializan en los desvaríos morales de los diáconos y sacerdotes, borrachos de concupiscencia natural y al dictado del dogma Papal. A mayor represión más control, pero sin sentar grandes bases del estricto celibato sino velando solo por las apariencias frente al populacho. En el siglo IV, el Cánon XXV del concilio de Cartago ordena: “Ningún sacerdote debe visitar a las viudas o a las vírgenes sin permiso previo del obispo; que no vayan solos, sino acompañados de otros eclesiásticos…” Se barruntaba la prioridad del consuelo carnal sobre el espiritual para mitigar el luto de las afligidas viudas… pero ¿Y de las vírgenes? Prosigue: “…y que los mismos obispos no podrán hacer tales visitas sin que los acompañe una persona de probidad conocida”. La lectura es: ¿A quién protege esa persona (más) honesta que acompaña al obispo? ¿a la virgen o al prelado?

El sexo ha estado tan ligado a la curia como la ostentación a sus gerifaltes. La fabricación constante de mecanismos de represión y cánones de control son la prueba más clara de la existencia de la ‘corrupción sexual’ del clero. El paso del tiempo y las doctrinas cada vez más restrictivas sólo han conseguido empeorar el problema. Así en 1930, el teólogo y canonista Jaime Torrubiano Ripoll decía: “El 90 por ciento de los clérigos son fornicarios…; un 10 por ciento escandalosos; y el resto discretos, que se creen en conciencia desobligados de cumplir una durísima ley puramente humana”. Lógicamente fue excomulgado.

La primera mención del celibato en las normas que sentaron las bases de derecho canónico aparece en el Concilio de Elvira, en el siglo IV. Pero no fue hasta el primer Concilio de Letrán en 1123 cuando se impuso como obligatorio:

“Prohibimos absolutamente a los presbíteros, diáconos y subdiáconos la compañía de concubinas y esposas, y la cohabitación con otras mujeres fuera de… la madre, la hermana, la tía materna o paterna y otras semejantes, sobre las que no puede haber justa sospecha alguna”  Cánon III. Letrán.

El tercer Concilio de Letrán incluiría un Cánon contra los clérigos amancebados, incontinetes y sodomitas. “Quicumque incontinentia illa quae con­tra naturam est”. Sancionando la sodomía con la pena de excomunión por ser contraria al ‘orden’ de la naturaleza. Toda una invitación a practicarla lo más artificialmente posible.

Pero el quebranto por la lujuria no vestía solo sotana negra sino también la púrpura. La más alta jerarquía eclesiástica, encargada de forjar las conductas de sus súbditos, ha sido mal ejemplo continuo en su contradicción dogmática. Si promediamos los 265 Papas, la silla de San Pedro ha sido un estercolero de vicio, crimen, nepotismo y lascivia al servicio de la fe. Siendo la apoteosis de los Borgia y el Quattrocento el orgasmo o el clímax de esta castidad mal entendida. Solo tres ejemplos:

Sixto IV, (1471-84) precursor del Renacimiento por el mecenazgo de importantes artistas y por levantar más de 30 iglesias en Roma, también hizo de la ciudad el burdel del Imperio, convirtiéndose en el primer Papa proxeneta. Fabricó un impuesto eclesiástico a todas las prostitutas que servían a la curia. Y no fue baladí, con ello financió toda una campaña contra los otomanos.

Julio II (1503-13) heredero de los Borgia era apodado ‘El Terrible’. Gran sodomita, se acostaba con niños, sus decenas de amantes y prostitutas. La sífilis dejó prueba de su depravada conducta. Afortunadamente entre sus logros consta convencer al joven Miguel Ángel de abandonar el oficio en canteras para pintar la Capilla Sixtina. Su relación con él fue, también, sexualmente tormentosa.




Grabado erótico de Gulio Romano. De la serie de 16 posturas eróticas I Modi. 1527

Mi preferido, Giovanni di Médici o León X (1513-21) hasta entonces el cardenal más joven de las historia, con 13 años. Inauguró el trono con un revelador: “Dios nos ha dado el Papado, disfrutémoslo”. Sibarita, extravagante y desbocado al placer material y carnal, dejó decenas de hijos bastardos y cultivó apasionadamente su homosexualidad con sus camarlengos. También inició una reestructuración de los estipendios a pagar como penitencia para limpiar los pecados de la carne.  El censo de prostitutas de Roma era muy alto, unos 7 habitantes por puta; pero los burdeles del Papa no producían el suficiente dinero. Por ello promulgó una de las bulas más polémicas y desmentidas por la Iglesia para regular la ‘fiscalidad carnal’ y así aumentar la recaudación con la concesión de indulgencias. Se discute la veracidad de un texto muy coherente en un contexto de depravación, pecado y carnalidad de la curia. Sodoma y Gomorra. No hay perdón a delito, por horrible que fuera, que no tuviera un precio en la llamada Taxa Camarae:

“La religiosa que quisiera alcanzar la dignidad de abadesa después de haberse entregado a uno o más hombres simultánea o sucesivamente, ya dentro, ya fuera de su convento, pagará 131 libras, 15 sueldos.” Canon cuarto de la Taxa Camarae.

Pero ¿qué pasa en la Iglesia católica en la actualidad? La historia ha demostrado que las consecuencias en menores de la abstinencia carnal de los de sotana son el resultado de una herencia de represión incontrolada que no se ha sabido afrontar, al contrario. La Iglesia se ha cepillado, también, la responsabilidad mediante la fabricación de instrumentos propios de perdón e indulgencia que quitan importancia a un problema que afecta a toda la sociedad. Ya no son pecados, son delitos. Como dice el periodista Julio Quesada:

“Si quiere usted violar sin problemas, hágase sacerdote, porque por forzar a una novicia le van a castigar con dos semanas de retiro espiritual.”



Según un polémico estudio de 1995 del periodista y psicólogo Pepe Rodríguez, el 60% de los sacerdotes en activo practican o han practicado relaciones sexuales durante su celibato. El 95% se masturba, el 20% ha tenido alguna práctica homosexual y, lo que es más grave, 7 de cada 100 ha protagonizado algún abuso a menores. Cifras muy cercanas a otro estudio publicado por la BBC del clero norteamericano. Es el único estudio serio que hay debido a la negativa de la Iglesia a coger por los cuernos el problema. El espectro del estudio incluye una muestra de 24.000 sacerdotes secularizados y 300 en activo. Suficiente para dar una desviación aceptable.

Pero volvamos a los cánones para cerrar el ciclo. ¿Qué dice la ley canónica vigente?

“El clérigo que cometa de otro modo un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo, cuando este delito haya sido cometido con violencia o amenazas, o públicamente o con un menor que no haya cumplido dieciséis años de edad, debe ser castigado con penas justas, sin excluir la expulsión del estado clerical, cuando el caso lo requiera.” (Las penas justas son, según el Cánon 1312, penas medicinales, expiatorias y penitencias) Libro IV del derecho canónico vigente.

Es decir. Reconocemos un problema que afecta externamente a la sociedad pero lo solucionamos con una amonestación, obra de religión o penitencia interna. Y no efectuaremos una extrapolación penal sin antes haber intentado disuadir ‘a nuestra manera’ al posible infractor. Pudiendo declarar como universal su rehabilitación con un simple traslado. Dos mil años de historia no han servido para nada.

Otra de las incoherencias doctrinales se explica a en la Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales de Juan Pablo II y firmada por el actual Papa, Joseph Ratzinger; dice: “…el homosexual manifiesta una ideología materialista que niega la naturaleza trascendente de la persona humana. […] Indudablemente, estas personas homosexuales, deben ser acogidas, en la acción pastoral, con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales”. Sustituyan ‘homosexuales’ por ‘clérigos’ y tendrán el diagnóstico al problema que ellos son incapaces de apreciar.

Y es que ya lo predijo el monje —luego santificado— Bernardo de Claraval a mediados del siglo XI: “…Quitad de la Iglesia el matrimonio honrado y el tálamo sin impurezas, y veréis como se llena de fornicadores, incestuosos, afeminados e impúdicos”. Hasta hoy.



http://www.jotdown.es/2012/05/el-extasis-de-santa-teresa-fue-un-simple-orgasmo/












876.- Sexo en el franquismo (II)



Foto extraída de 'Cuarenta años sin sexo', Feliciano Vázquez, editorial Sedmay.



Sexo en el franquismo (II): 
el regreso a las tinieblas

Publicado por Álvaro Corazón Rural

¡Soy cristiano y español, que es ser dos veces cristiano! (José María Pemán)

Decíamos en el capítulo anterior que la sociedad española surgida de la guerra, la nacionalcatólica, reservaba a la mujer un lugar secundario en la sociedad. Tenía que dedicarse a las tareas del hogar, orientar su formación a estos quehaceres y dar hijos que criar, pero sin experimentar placer ninguno, no fuera a ser que su marido la calificara de puta. ¿Cómo se articuló esta maquinaria?

No fue así desde el primer día. Durante la guerra, abrieron la mano. Por una parte, por los soldados. Cuando volvían del frente de permiso, se les toleraba que tuvieran una vida licenciosa. En la retaguardia nacional siguió habiendo prostitución y ocio nocturno.

Solo en Navarra se prohibieron todos los cabarés y bares con camareras.

Aunque no era necesario que los soldados estuvieran de fiesta para el sexo. La violación como arma de guerra, o la mujer como trofeo militar, estuvo a la orden del día y no se trató de hechos aislados perpetrados por indeseables que se crecen en los conflictos. El propio Queipo de Llano alentó las violaciones en sus tristemente célebres arengas radiofónicas: «Legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad. Y a la vez a sus mujeres. Esto es totalmente justificado porque estos comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen», dijo en un discurso que sirvió de consigna para las violaciones sistemáticas.

Durante dos horas, las tropas disponían de libertad plena para dar rienda suelta a instintos salvajes en cada localidad conquistada. Las mujeres entraban en el botín. Preston describe la escena que presenció en Navalcarnero el periodista John T. Whitaker, que acompañaba a los rebeldes, junto a El Mizzian, el único oficial marroquí del ejército franquista, ante el que conducen a dos jóvenes que aún no habían cumplido veinte años. Una era afiliada sindical. La otra se declaró apolítica. Tras interrogarlas, El Mizzian las llevó a una escuela donde descansaban unos cuarenta soldados moros, que estallaron en alaridos al verlas. Cuando Whitaker protestó, El Mizzian le respondió con una sonrisa: «No vivirán más de cuatro horas». (Tereixa Constenla, El País. 27 de marzo de 2011)

Y no fue solo un fenómeno africano. También las católicas tropas del general Mola dejaron un reguero de sucesos como el de Valdediós, en Asturias, donde una unidad violó y asesinó a catorce enfermeras junto a una niña de quince años. Noticia que tenemos fresquita porque el año pasado el Ayuntamiento de Pamplona de UPN cedió la Ciudadela, un castillo, para que el Ministerio de Defensa les rindiera homenaje a los doscientos cincuenta años de historia de la unidad, la America 66. No sin polémica, también había participado en los fusilamientos del golpe de estado en Navarra, que ascendían a tres mil quinientos.

Lo paradójico es que mientras las milicianas y las mujeres de los defensores de la República eran violadas, encarceladas y rapadas para marcarlas, en la retaguardia nacional surgió un fenómeno curioso. Tuvo lugar cierta emancipación de las mujeres que colaboraban con el fascismo. La guerra sacó del pueblo o de la rutina del hogar a miles de chicas que tuvieron que viajar, relacionarse con otros hombres por su cuenta o asumir responsabilidades. Tras la victoria, en quince o veinte años de dictadura no volvió a verse nada semejante. Como queriendo marcar el hasta aquí hemos llegado, en las nuevas Normas de Decencia Cristiana que se promulgaron a las chicas del Auxilio Social se les bajó la falda de la rodilla hasta el tobillo y en las cartillas de racionamiento se les dejó de dar la «tarjeta de fumador». Hasta ellas, las enfermeras de los nacionales, estaban señaladas.



Queipo de Llano & friends. Foto: DP.

Se atribuye al dominico fray Albino Menéndez-Reigada, obispo de Córdoba y confesor de Franco, calificar la guerra con el término de «Cruzada». Un apelativo clave para entender el modelo de sociedad que se impuso tras la guerra. Fray Albino fue el autor del Catecismo Patriótico Español que tuvieron que estudiar los niños hasta que el Concilio del Vaticano II lo convirtió en impresentable. Este religioso fue uno de los ideólogos más destacados de los golpistas que instauraron la idea de que el catolicismo y la identidad española eran indisociables. Una treta para dotar de justificación formal al genocidio «ante los ojos de Dios» y para privar de su nacionalidad al enemigo, para convertirlo en extranjero en su tierra. También le tenemos fresco en la memoria porque en 2008 Cajasur dedicó una exposición en homenaje a su vida y obra conmemorando los cincuenta años de su muerte, con una amplia cobertura en ABC de hilarantes titulares como «obispo de la paz».

Aunque la idea de que el español era católico por el mero hecho de ser español y español por ser católico era anterior a la guerra. En la prensa de Acción Católica en 1934 ya tenemos muestras de esta línea de pensamiento como el Discurso de la catolicidad española, reeditado por el franquismo en 1954, que contiene perlas de este calibre:

El Señor la quiere a Italia, como quiere a todas las naciones. Pero solo una, solo una en el mundo le ha querido a Él, viviendo sin vivir en sí misma. No es que Él se haya distinguido entre las demás —¡qué herejía pensarlo!— es que ella lo ha distinguido entre todos los dioses, distinguiendo entre lo falso, lo verdadero. España, novia de Cristo… Toda la historia española, en el más ambicioso sentido del vocablo, es historia eclesiástica. El pobre Pérez Galdós, con su miope liberalismo de casa de huéspedes, murió sin saberlo. Pero nosotros, sí. El idioma castellano, dijo Carlos V, ha sido hecho para hablar con Dios.

El propio papa Pío XII manifestó que España era la nación «elegida por Dios como principal instrumento de evangelización del nuevo mundo y como baluarte inexpugnable de la fe» en un mensaje radiado a los españoles quince días después de la «Victoria». El caso es que, en resumen, cuando Franco hizo reparto del botín, a la Iglesia preconciliar le dejó la educación y la moral pública y privada. Al propio falangista Dionisio Ridruejo, que en 1938 tenía un proyecto para las Organizaciones Juveniles del Movimiento, le apartaron de cualquier tarea educativa porque, entre otras cosas, no era aún padre de familia y como los camisas viejas era un tanto mujeriego.

El único papel que jugó Falange en este aspecto, con ingredientes propios de la naturaleza de su organización antes de los Decretos de Unificación, fue el SEM (Servicio Español de Magisterio) de Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de Falange, que en la inauguración del mismo en 1943 hizo toda una declaración de intenciones: «Las mujeres nunca descubren nada, les falta el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles, nosotras no podemos hacer más que interpretar mejor o peor lo que los hombres nos dan hecho». Y por eso había que: «apegarlas con nuestra enseñanza a la labor diaria, al hijo, a la cocina, al ajuar, a la huerta; tenemos que hacer que la mujer encuentre allí toda su vida y el hombre todo su descanso».

Del mismo modo, también se instauró el matrimonio católico como obligatorio para todos los españoles. Los que se habían casado por lo civil con la legislación republicana del 32 vieron sus matrimonios anulados y tenían que repetirlos por la iglesia. Eso sí, demostrando con pruebas fehacientes que eran católicos practicantes. En caso contrario, no se les casaba. Aunque peor fue la situación de los divorciados durante la República. En el franquismo se encontraron con que volvían a estar casados con su primera mujer.

Las parejas también tenían prohibido el uso de anticonceptivos. Incluso «la divulgación pública en cualquier forma que se realizase en medios para evitar la procreación» estaba penada por la ley. Un Código Penal, el de 1944, donde aparecía la figura del parricidio «por honor» si se sorprendía a la mujer en acto de adulterio. Un derecho que no se eliminó hasta 1963. ¿Y cómo se aliñaban estas leyes propias del ISIS con la sociedad? Pues con grandes pensadores, como el padre Quintín de Sariegos y su obra Luz en el camino, donde venía a justificar dicha ley por el camino de en medio: «En el 90 % de los casos son ellas las que desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su cebo apetitoso».

En aquella España el cuerpo de la mujer estaba dividido, como en los pósters de una vaca que había antes en las carnicerías, en partes. En este caso, honestas y deshonestas. Los pies, la cara y los brazos hasta el codo eran honestos. Todo lo demás, deshonesto. Pecado. Mal. Decía el famoso jesuita Ángel Ayala Alarco, pedagogo y propagandista católico, en su Consejos a las jóvenes de 1947: «¡Qué modas tan indignas, tan atentatorias al pudor! (…) Brazos descubiertos hasta cerca del sobaco ¡casi van peor que desnudas!».

¿Y qué era el pecado? Pues, de entrada, como indicaba el libro de bachillerato que aprobó el BOE de agosto de 1939, causa de graves enfermedades:

Según el juicio de los más afamados médicos, las perturbaciones cardíacas, la debilidad espinal, la tisis pulmonar, la epilepsia, las afecciones cerebrales, la enteritis crónica y de un modo especial la sífilis, son ordinariamente triste herencia del pecado deshonesto.

Y al pecado no solo se podía llegar contemplando o tocando un hombro femenino. También había que cuidar la mente. Pedro Riaño Campo escribió en Formación católica de la joven, en 1943, que «la mejor novela es buena para echarla al fuego». El Manual de Acción Católica de 1937 advirtió de que las jóvenes tenían prohibidas las representaciones teatrales. Y en la revista adolescente Mis chicas, de historietas, se advertía a las lectoras «antes de leer un libro, consulta con un sacerdote».

Clases de cocina de la sección femenina, Barcelona, 1943. Foto cortesía de colección Merletti.

La masturbación, como es sabido, obsesionó a todos estos intelectuales de la Santa Madre y también se utilizó la mentira y la falsificación para «prevenirla». El censor padre García Fígar atribuía a tocarse los siguientes problemas de salud física y mental: «Desnutrición orgánica. Debilidad corporal. Anemia general. Caries dentales. Flojera en las piernas. Sudor en las manos. Opresión grande en el pecho. Dolor de espalda y nuca. Pereza y desgana para el trabajo y hasta imposibilidad de realizarlo. Acortamiento de la vida sexual, imposible de rescatar más tarde. Pérdida de atracción para el sexo contrario y repugnancia al matrimonio. Esterilidad espermatozoica. Retentiva nula. Oscuridad en el entendimiento. Obsesiones y desvaríos. Voluntad débil. Incapacidad para el sacrificio. Aficiones animales».

Por eso también había manuales que indicaban cómo tenían que dormir los niños. Siempre con las manos por fuera de la manta y las sábanas. En los internados había vigilantes mirando cama por cama si esto se cumplía. Se llegaron a recomendar colchones duros. «No lleves ropa interior de lana, porque su calor excesivo puede excitarte», recomendaba un libro de Tihamer Toth, Energía y pureza, que circulaba por los internados. «Por la mañana, una vez despierto, no permanezcas más tiempo en la cama. Puedo sentar que el que permanece durante mucho tiempo en la cama por la mañana, después de despertarse, llega a caer en el pecado de la impureza», sentenciaba. Los niños llegaban a tener prohibido hasta meterse las manos en los bolsillos.

Los efectos en la mente de toda esta generación fueron demoledores. Surgieron complejos de castración y traumas por mala conciencia. El propio Francisco Umbral lo describió así en su Memoria de un niño de derechas:

Nos enseñaron a odiar el propio cuerpo, a temerlo, a ver en su desnudez rojeces de Satanás, repeluznos de Luzbel, frondosidades infernales. Odiábamos nuestro cuerpo, le temíamos, era el enemigo, pero vivíamos con él, dentro de él, y sentíamos que eso no podía ser así, que la batalla del día y de la noche contra nuestra propia carne era una batalla en sueños, porque ¿de dónde tomar fuerzas contra la carne si no de la propia carne? Había un enemigo que vencer, el demonio, pero el demonio era uno mismo.

Pero el Concordato con el Vaticano de 1953, en el artículo 26 especificaba que la educación tenía que permanecer en manos de estos individuos. «Todos los centros docentes de cualquier orden y grado, sean estatales o no estatales, la enseñanza se ajustará a los principios del dogma y de la moral de la Iglesia católica». Norma con la que expulsaron a todos los maestros «indignos», es decir, a los que no eran católicos o no eran practicantes (y habían sobrevivido a los primeros compases de la guerra). Del mismo modo que también se eliminaron a los alumnos que contravenían la fe oficial, como los hijos de padres separados o los mismos hijos de gente de izquierdas.

En este regreso a las tinieblas, un infierno psicopatológico, la sexualidad se abarcaba hasta a los niños de dos años. El gobernador de A Coruña, señor Arellano, impuso que los pequeños de dos años en adelante llevasen bañador en la playa. Un lugar en el que por ley todo el mundo tenía que llevar cubierto el pecho y la espalda. Estaba prohibido permanecer fuera del agua en traje de baño. El gobernador de Valencia, Francisco Planas de Tovar, llegó a multar a su propio hijo por quitarse el albornoz en la playa demasiado lejos del agua.

Alonso Tejada contó en el libro que citamos en el primer capítulo de esta serie que en una ocasión en 1950 se organizaron en el palacio de Magdalena unos cursos de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, a los que se apuntaron muchos adolescentes extranjeros. La llegada de chavales de otros países fue interpretada como un triunfo para el régimen. Entonces la imagen internacional de España era impresentable, como no podía ser menos. El problema fue que las chicas que llegaron pronto quisieron ir a la playa con sus bañadores de dos piezas ¡con el ombligo al aire!

Para no impedírselo, lo cual hubiese sido un escándalo en aquel momento tan delicado, la medida que tomaron las autoridades fue acotar la playa para que no pudieran ir los españoles. Se la dejaron solo a los extranjeros, mientras en las playas cercanas los naturales tenían que seguir yendo vestidos completamente y con albornoz. En el aludido Luz del camino decía Quintín de Sariegos: «El hombre que contempla impasible a una joven en maillot o biquini, no es hombre normal: o es un tarado o un pervertido en su naturaleza».


Imagen extraída del libro Celtiberia Show, de Luis Carandell. Editorial Maeva.


Imagen extraída del libro Celtiberia Show, Luis Carandell, editorial Maeva.
El baile también se convirtió en un dolor de cabeza para los guardianes de la pureza. El padre Jeremías de las Sagradas Espinas, que estuvo veintitrés años estudiando «el problema» del baile, escribió este texto que más bien parece un sketch de Tip y Coll, pero era la cruda realidad en 1949:

Un acto puede ser ex se (por sí mismo) torpe por doble motivo: sirve ex obiecto sirve ex modo tangendi (ya por el objeto, ya por el modo de tocar). Son torpes ex obiecto los contactos con las partes torpes, genitales y próximas a ellas, incluso el vientre. Son torpes también ex se por el modo, ex modo tangendi, los contactos que se realizan en las demás partes del cuerpo, cuando existe desorden en el modo.

Todo baile en el que se ejecuten esos actos per se inmorales, será también per se gravemente inmoral, según la definición del baile dada por los magnos teólogos (…) estos bailes son para divertirse sin fornicar. Son el vals, la polka, la mazurka, el galop, el cotillón, etc…

Y hemos aquí ya metidos en el tango y su cortejo de inmundicias, no digo hasta las narices, sino hasta la coronilla. Eso son parejas de hombres y mujeres cosidas de pecho y vientre, con la conciencia hecha jirones, embriagándose de lujuria por las plazas y calles de día y de noche. En su aldea no se necesitan casas de Aloprostitución. Ellos y ellas satisfacen en el baile agarrado o el parejeo de día y de noche, en privado o en público, como más gusten, o de todas las maneras, sus concupiscencias sensuales. Todas estas inmortalidades son consecuencia de la pérdida del pudor en el baile agarrado. No se podrán evitar mientras no se le destierre.

Porque el baile entrañaba un gravísimo riesgo para el alma, que era el de tocarse. Entrar en contacto. En La muchacha y la pureza, de Emilio Enciso Viana, de 1952, que tiene una generosa obra dedicada a la mujer joven, se situaba el umbral del peligro por contacto carnal en el mero hecho de coger un brazo. Su razonamiento era impecable en cualquier caso:

Cuando los vestidos, por frivolidad o por tontería de la moda o por descuido, se achican, se ciñen, o de otro modo resultan provocativos, son inmodestos… Hay quien dice: ¿qué tiene que ver en el vestido femenino un centímetro más o menos? Son tonterías de los curas y de las beatas. ¿No ha de tener nada que ver? Ese centímetro hace que en el vestido no exista la moderación, la regla, el equilibrio que exige la decencia cristiana, y es ocasión de que, al verlo, ofenda la pureza. ¿Qué tiene que ver, por ejemplo, que los novios vayan cogidos del brazo? ¿No ha de tener que ver? Esas intimidades, esa licencia de coger el novio el brazo de la novia, es una puerta que se abre al pecado, es una facilidad para él, es un incentivo, es una hoja arrancada a la flor de la pureza, es la corteza que se ha quitado a la fruta.

Cuando una pareja joven iniciaba el noviazgo —la preparación para el matrimonio, puesto que en caso contrario sería pecado— y salían juntos, lo hacían acompañados de una carabina, una mujer más mayor que vigilaba qué hacían. La comunicación de la pareja, descubrirse, explorarse, aunque solo fuese hablando, estaba completamente coartado por esta supertacañona. Tenía que ser todo un fiestón para una pareja joven compartir su intimidad con ella.

Y si los jóvenes eludían la presencia de este anafrodisiaco, las autoridades les perseguían y fiscalizaban cada movimiento. En las ciudades de provincias la prensa local publicaba con frecuencia la lista de parejas que habían sido multadas por «atentar a la moral con actos obscenos en plena vía pública». Y para hacerlo indirectamente más atractivo, se ponían solo sus iniciales. De modo que el juego de descubrir quiénes eran lo hacía todavía más llamativo y el escarnio incluso más molesto.

Pero si tocar un brazo era como pelar la fruta que te vas a zampar, en palabras del mencionado Emilio Enciso, el beso constituía ya un problema de extrema gravedad. El padre Antonio Aradillas, en 1960, dedicó una obra completa a los ósculos, ¿El beso…?, y en uno de los casos que ilustraba algo tan natural como besar a tu novia adquiría tintes de tragedia de película de terror:

Pero un día pudo más la pasión que el cariño, y el novio sorprendió a Maribel con un beso brutal clavado con saña de bestia en la mejilla de nieve de la chica piadosa. El beso del novio se había clavado punzante en la mejilla, y con rabia comenzó Maribel a restregar su cara, intentando borrar toda huella posible. Y claro, la huella se hizo más ancha, más roja y más profunda. Más de sangre. Se le ve a simple vista en su cara… Ha llegado a sentir auténtico asco de todos los labios humanos.



Francisco Franco y el beso. Foto: DP.



En esta situación, en las familias de la burguesía lo que terminaba ocurriendo indefectiblemente era que los hijos se desfogaban con las criadas. En el libro de Umbral que hemos traído a colación el escritor lo reconocía sin tapujos. «Las señoras nunca vieron bien que sus hijos se iniciasen con las criadas, pero era para lo que realmente se las contrataba». Según contó también Carmen Martín Gaite en su Usos amorosos de la posguerra española esta costumbre desencadenó muchas tragedias. A menudo las asistentas eran chicas de muy pocos recursos que no tenían ni un hogar al que volver. Cuando eran sorprendidas con el hijo de la casa, eran despedidas. Lo que las arrojaba a ellas en brazos de la prostitución de más bajo nivel para poder sobrevivir.

El padre Mariano Gamo, que se encargó de los ejercicios espirituales de las asistentas de un adinerado barrio madrileño en los sesenta, le explicó a quien esto escribe hace pocos meses que en muchos casos estas chicas ni siquiera tenían asignación, que trabajaban por la manutención, por la cama y tres comidas al día. Si las despedían, estaban en la indigencia. Los señoritos se podían sobrepasar con ellas todo lo que querían y más con cualquier chantaje banal, pero que pudiera suponer para ellas la amenazar del despido, que finalmente se producía por acceder a la coacción. Tremendo.

Y para las chicas de la burguesía, con esta enfermiza educación, lo que se consiguió fue un ejército de frígidas. Cuando se casaban eran ese tipo de matrimonios que hacían el amor a oscuras y con pijama solo con fines reproductivos, sin el menor apetito sexual, en el que como la mujer gozase aunque fuese por casualidad, ultrajaba al marido que la enviaba al confesionario entre insultos. En las páginas del suplemento del diario ABC, Blanco y Negro, Santiago Loren estimaba en 1970 que en España, entre un 60% y un 70% de las mujeres eran frígidas. José Antonio Valverde y el doctor Adolfo Abril, en su trabajo Las españolas en secreto, comportamiento sexual de la mujer en España, de 1975, cinco años después, llegaban a elevar el porcentaje:

De ahí que podemos estimar las insatisfacciones sexuales femeninas entre un 74% y 78%. Esto es muy claro, que da cada 100 españolas con actividad sexual generalmente dentro del matrimonio, 76 no encuentran satisfacción; de cada cien, 76 no alcanzan el orgasmo y, en muchas ocasiones, ni lo han conocido.

No obstante, esto era la virtud. Lo bueno, lo deseable. Dejemos que lo explique un ilustrado del régimen, por concluir el capítulo de nuevo con una cita del tío de Ana Botella, el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Botella Llusià. Las mujeres que gozaban no eran mujeres, sino marimachos. Así opinaban los científicos de Franco:

Hay muchas mujeres, madres de hijos numerosos, que confiesan no haber notado más que muy raramente, y algunas no haber llegado a notar nunca, el placer sexual, y esto, sin embargo, no las frustra, porque la mujer, aunque diga lo contrario, lo que busca detrás del hombre es la maternidad. […] Yo he llegado a pensar alguna vez que la mujer es fisiológicamente frígida, y hasta la excitación de la libido en la mujer es un carácter masculinoide, y que no son las mujeres femeninas las que tienen por el sexo opuesto una atracción mayor, sino al contrario.

http://www.jotdown.es/2015/07/sexo-en-el-franquismo-ii-el-regreso-a-las-tinieblas/








875.- Sexo en el franquismo (I): las secuelas




Sexo en el franquismo (I): las secuelas

Publicado por Álvaro Corazón Rural

Hace pocos días le pregunté a una muchacha qué le gustaría ser: «¡Extranjera!» me contestó. (Gonzalo Torrente Ballester, Triunfo, 1979)

(De la serie: «El sexo en tiempos de Mad Men»  y «La vida sexual en la URSS»)

Tengo una colección de libros llamada «Temas sexuales» que se imprimió en 1933 y 1934, tiempos de la II República española. Solo sé, por la publicidad de la colección que he visto en la hemeroteca, que en las librerías que los vendían también podía uno adquirir títulos como Los pobres contra los ricos o Ensayos socialistas. Lo cierto es que son solo unos cuadernos de divulgación sexual con sus aciertos y sus errores, porque no faltan ideas que a día de hoy consideramos majaderías, la verdad sea dicha, como ejercicios gimnásticos para realizar desnudos bajo el sol, mostrados en fotografías en uno de los volúmenes, que servirían de afrodisíaco al activar «excitaciones mecánicas».

Pie: ¡Ojo! Nos dice nuestra amiga Ana Thiferet que «casi cualquier postura de yoga en pelotas bajo el sol es afrodisíaca». Y concretamente, esta mujer está haciendo una variante «raruna» de la asana ‘mitad de cobra’. E insiste Ana en que, de hecho, «hay mogollón de asanas que podrían ser útiles para el sexo. Por eso de descubrir el cuerpo, disfrutarlo, relajarse…»

¡Ojo! Nos dice nuestra amiga Ana Thiferet que «casi cualquier postura de yoga en pelotas bajo el sol es afrodisíaca». Y concretamente, esta mujer está haciendo una variante «raruna» de la asana mitad de cobra. E insiste Ana en que, de hecho, «hay mogollón de asanas que podrían ser útiles para el sexo. Por eso de descubrir el cuerpo, disfrutarlo, relajarse…».

Pero uno no puede evitar fijarse y sorprenderse por algunas afirmaciones que traen, ya que, dadas las características del periodo histórico que vino después, llaman la atención por el contraste. Dice así un párrafo de la entrega El arte de hacerse amar:

El hecho de haberse iniciado en las relaciones amorosas no quiere decir que hayan de terminar, no digamos ya en una unión legalizada, sino que ni siquiera en una realidad sexual libre (…) puesto que aquellos que han vivido más licenciosamente son los que encuentran más felicidad en la vida conyugal (…) A esas edades en que el ardor juvenil es como una llama viva que todo lo quema y todo lo arrasa y que con lo primero que da al traste es con los conceptos prohibitivos de la vieja moral.

Estos extractos que acaban de leer, en el régimen que instauró el general Franco después de cometer un genocidio contra los españoles, eran más peligrosos que los textos de Bakunin. Estoy exagerando, pero desde luego el Estado los perseguía con la misma tozudez y perseverancia. Y muy especialmente, los prevenía con la censura de las comunicaciones públicas y el adiestramiento de la juventud en las escuelas. Sin embargo, a día de hoy, el comportamiento que describe el mencionado texto es el de gran parte de la población, por no decir la mayoría, antes de emparejarse o casarse.

Aunque, antes de entrar en el esquema ideológico del franquismo y su educación reflejada en la conducta sexual de los españoles de aquel tiempo, repasemos primero los estragos que causaron en varias generaciones.

Un ejemplo en vídeo, que les entre por los ojos. En 1990, TVE estrenó un programa, Hablemos de sexo. En la web del ente hay un capítulo completo. Es el dedicado a la masturbación. Vean las opiniones recogidas por la calle a los españoles, especialmente a los que ya tenían cierta edad. Escalofriantes muchas de ellas. Muchos, a una década del siglo XXI, veían normal pegar a un hijo al que se sorprende masturbándose. Uno habla de colgarlo. Dicen que hay que gritarles.

Y del mismo cariz son las cartas que escribieron durante todo ese año los lectores a los periódicos indignados con la emisión de un programa de educación sexual. En ABC se preguntaba un caballero si con la campaña del Gobierno de «Póntelo, pónselo», promoviendo el uso del preservativo en las relaciones sexuales ante la epidemia de sida de los ochenta, y con el espacio de Elena Ochoa Hablemos de sexo lo que se pretendía era «fomentar en los jóvenes la práctica indiscriminada del disfrute carnal». Otro protestaba porque «lo emiten en prime time y los adolescentes escuchan asombrados que la masturbación no es perjudicial». Una señora no daba crédito: «han dicho que el sexo anal no es perverso». Y el más simpático era un señor que, muy preocupado, informaba al diario: «se emite cuando los adolescentes están despiertos». ¿Quizá vería más lógico que un programa de educación sexual solo lo pudieran ver los que ya han tenido hijos?

Mientras, en La Vanguardia, a un catedrático de la Universidad de Barcelona, Alfonso Balcells Gorina, del Opus, le publicaron una tribuna donde decía que el sida era una enfermedad del comportamiento, que se debía curar con «un cambio personal, de actitudes y de costumbres», pero no con educación sexual, que era según él: «tantas veces puro erotismo reduccionista del sexo a la esfera corporal, inhumano y egocéntrico, anatomía y fisiología con ribetes pseudocientíficos, como en el programa Hablemos de sexo de la televisión pública y otros parecidos, que las familias consideran lamentables y contraproducentes».

Esto quince años después de la muerte del invicto caudillo. Si vamos más atrás, tras su desaparición y el cambio de régimen, en los locos años ochenta, dijo recientemente Grace Morales en el último Mondo Brutto, el número 43, que en la célebre Movida hubo «más droga que sexo». Y si ya ponemos la lupa en las secuelas perceptibles en el año 1976 la cosa empeora hasta niveles surrealistas. En un libro que publicó Óscar Caballero, El sexo del franquismo, este recogió casos que le habían planteado sexólogos de la época y que hablaban por sí solos de la educación y salud sexual —y por qué no decir mental— de parte de los españoles que salían del franquismo, especialmente las generaciones educadas en la posguerra o en los pueblos.

Por ejemplo, al doctor Martínez López, cita, le llegó un chico de Lleida quejándose de que se había casado hacía poco y que a su mujer no «le cabía nada». Él le respondió que si ella tenía el himen muy duro, que había casos, lo podía solucionar un ginecólogo. Pero no, resultó que al chaval le habían explicado que tenia que bajar las bragas a su mujer y metérsela por el agujerito y el único agujerito que conocía era el del ombligo. El doctor Frederic Boix Junquera explicaba a continuación que ese tipo de dudas no escaseaban, que había casos en que las madres solo les enseñaban a las hijas a quitar las manchas de semen de los colchones. Otro doctor, de Villalba, en Madrid, cuenta en estas páginas que trató a un matrimonio que acudió a su consulta —ella, porque él no se atrevía— a decir que no podían tener hijos por mucho sexo que practicaran. Cuando terminó preguntándole cómo lo hacían, dijo «lo normal, por detrás». Resulta que «lo hacían así porque ella, desde niña, había oído que por delante era pecado y, además, igualmente tenía orgasmos regulares».

La ignorancia era transversal, no solo sucedían estos episodios en las capas más humildes. Incluso en la alta sociedad había problemas sexuales y malentendidos derivados de la falta de conocimientos elementales. Este doctor también aportaba el relato de la vida sexual de una mujer adinerada que entonces tenía cuarenta años y cinco hijos:

Cuando me casé ninguna persona me había anticipado qué iba a sucederme en la noche de bodas (…) Mis padres habían concertado un matrimonio con el hijo de una familia cuya posición económica era mejor que la nuestra (…) Nadie me habló de sexo, ¿y cuál era mi recuerdo del colegio? Recuerdo que nos bañábamos envueltas en una bata para no ver ni dejar ver nuestro cuerpo. Yo ignoraba hasta la masturbación (…) Por otra parte había visto a mi novio solo en tres oportunidades (…) La noche de bodas lo único que yo sabía era que dormiría con él y debería obedecerle en todo (…) El primer acto fue horrible. Estábamos los dos prácticamente vestidos. Él era torpe y yo noté un dolor muy agudo con la penetración. No conocí el orgasmo hasta tres meses más tarde, una noche en que me acosté embriagada después de cenar. (…) A los seis meses de casada, él me pidió que pusiera su pene en mi boca. Me negué. No quería tener hijos tan joven y estaba absolutamente convencida de que me quedaría embarazada si él colocaba su pene en mi boca.

Esos ejemplos, estas secuelas, son el resultado de una de las mayores y más importantes imposiciones del franquismo: la frigidez femenina. El marido que llamaba puta a su mujer porque esta había tenido un orgasmo no era infrecuente. Ya en un especial sobre sexo de la revista Triunfo en 1970 encontramos el diagnóstico: «La frigidez femenina se ha trabajado. Ahora comienza a considerarse un mal. La idea del honor ha funcionado como un anafrodisiaco. La mujer considera una virtud amar sin placer porque equipara el placer al pecado».

En un ABC de 1976 se ponía de manifiesto esta educación para la frigidez en un editorial contra la educación sexual y a favor de la castidad que contenía frases para enmarcar: «se presenta la satisfacción del impulso sexual como una fuente de placer físico que se alcanza en una especial clase de retozo o juego por el cual no hay que preocuparse (…) Hay también una virtud que ennoblece la sexualidad del hombre: se llama castidad, y como virtud significa la fuerza que mantiene la limpieza del cuerpo y del alma. Ciertamente, no estamos en tiempos en los que la castidad tenga buena prensa…». Caballero explicó en su libro que esta mentalidad era una de las principales causas del fracaso matrimonial de tantas parejas españolas, «matrimonios que después de tantos hijos no conocen lo que es el orgasmo. La relación sexual mecánica y el tedio ante el acto sexual tiene demasiados practicantes en nuestro país». Desolador.



Noticia recogida en La Vanguardia; jueves 1 de marzo de 1973.



Pero eso es lo que supuso la dictadura. Un regreso a la castidad tradicional española, un concepto antediluviano. Según un artículo de Rafael Huertas y Enric Novella, «Sexo y Modernidad en la España de la II República», publicado en la revista Arbor del CSIC, en 1932 ya había en España una Liga Española para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas, filial de la Weltliga für Sexualreform fundada en 1928 en Berlín por el doctor Marcus Hirschfeld (las imágenes que solemos ver de los nazis quemando libros cuando toman el poder en 1933 son las de cuando asaltaron la sede de este instituto el 6 de mayo de ese año).

También circulaba por España en aquel periodo la obra de Hildegart Rodríguez, que abogaba por la «libre elección de la maternidad», el método anticonceptivo para alcanzar una sexualidad más libre. Además, abogaba por una educación sexual desde la escuela. Una necesidad que esgrimía de forma unánime «prácticamente toda la literatura médica de la época», señalan estos investigadores, como el doctor Ángel Garma, que se quejaba de que si a un adolescente se le educaba en el rechazo a su propia sexualidad tendería a desconfiar de las personas que le rodeasen al crecer. Y también demandaba una educación sexual basada en valores como la veracidad y la tolerancia. Ponía de ejemplo que el que a los niños se les enseñase que los niños vienen de París solo tenía como consecuencia que «se les estropea la parte lógica del pensamiento». Pero ya se sabe, y bien conoce la religión, lo manipulable que es alguien a quien le han inculcado ideas irracionales antes de que esté en edad de razonar.

También la República trajo la primera ley de divorcio de la historia de España. Y otra afrenta mucho más grave, que le costó la vida a tantos maestros durante el genocidio, la legislación del sistema de enseñanza republicano, que introducía la «coeducación» (ahora educación mixta): se fundieron las escuelas masculinas y femeninas en una. Ante esta transformación, el papa Pío XI se manifestó condenando expresamente el nuevo modelo en su encíclica «Divini Illius Magistri». El pontífice protestaba porque este sistema educativo se basaba en el «pernicioso» y «erróneo» principio «negador del pecado original». El falangista Onésimo Redondo lo calificó de «crimen ministerial contra las mujeres decentes». Y el padre José Antonio Lauburu explicó en su conferencia «La educación de los hijos» en 1935:

¿Va a ser ciencia dar la misma dirección intelectual a los que no solamente en el sexo, sino en sus notas psicológicas, son marcadamente diferentes? ¡No, señores, no es ciencia! Ni la conocen ni les interesa. Lo que sí les interesa es la promiscuidad de los sexos, precisamente en las épocas de la pubertad y de las pasiones más violentas, para atentar contra el pudor y entender las pasiones azuzándolas con las burlas y desprecios irónicos a la religión y la moral.

El franquismo prohibió la coeducación el 1 de mayo de 1939. Es conocido que a los maestros que defendieron el sistema, especialmente en Andalucía, Extremadura, Castilla y Galicia, se les fue a buscar a su casa uno por uno sistemática y organizadamente para meterles cuatro tiros y enterrarlos en una cuneta ¡donde todavía están muchos de ellos! Se cumplieron los deseos de Onésimo Redondo cuando dijo que la coeducación o emparejamiento escolar era «un capítulo de acción judía contra las naciones libres, un delito contra la salud del pueblo, que deben penar con sus cabezas los traidores responsables». Dicho y hecho.



Escuela de niñas, España, años cuarenta. Foto: DP.


Ni siquiera en 1970 los propios legisladores franquistas más avanzados lograron introducir la coeducación por la oposición de la Iglesia. En el diario Pueblo el presidente de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza justificó el inmovilismo: «Los riesgos morales son grandes. La Iglesia no se opone a una convivencia de sexos, sino a sustituir fácilmente una legítima comunidad por una promiscuidad de carácter tendenciosamente igualatorio».

Igualdad era la palabra. Porque la razón que subyacía era evidente: educar a chicos y chicas juntos suponía igualarlos. Dicho de otro modo, que la mujer dejaría de tener una educación diferente a la del varón. Según Luis Alonso Tejada en su libro La represión sexual en la España de Franco, efectivamente el propósito del sistema educativo del régimen era limitar las posibilidades intelectuales de las niñas y mujeres y orientarlas hacia actividades de inferior rango cultural y social: enviarlas directamente a las tareas del hogar.

Esto luego derivó, sigue Tejada, en un menor interés de los padres por los estudios de sus hijas y elevados porcentajes de analfabetismo femenino. Las cosas cambiaron a partir de 1960, pero la generación de mujeres de posguerra quedó marcada. Las mujeres adultas tenían un desinterés por todo lo intelectual y cultural que necesariamente las distanciaba de sus maridos. No era posible una comunicación real y auténtica y, por lo tanto, en términos sexuales, un elevado porcentaje de matrimonios naufragaban por la lógica insatisfacción sexual y afectiva derivada de esta situación. Pero las muy católicas autoridades estaban convencidas de que debía ser así. El tío de la exalcaldesa de Madrid, doña Ana Botella, ilustre rector de la Universidad Complutense entonces, el doctor Botella Llusià, así lo explicaba:

En esta educación juvenil de la mujer es un error educar a las mujeres igual que a los hombres. La preocupación que deben recibir para la vida es radical y fundamentalmente distinta. Una formación encaminada no a hacer de ella un buen ciudadano, sino una buena esposa y una buena madre de familia o, si se queda soltera, un ser útil a sus semejantes.


http://www.jotdown.es/2015/07/sexo-en-el-franquismo-i-las-secuelas/