miércoles, 13 de junio de 2012

497.- Nuevo sexismo: viejo capitalismo



Nuevo sexismo, viejo capitalismo


La representación de la opresión de la mujer en la actualidad que relaciona principalmente, dos ideas:se ha conseguido la igualdad y la sexualización forma parte de la libertad de elección de la mujer
Regina Martínez |
          
Regina Martínez describe la persistencia de las desigualdades, el rol comercial del cuerpo de la mujer y la función que desempeña para el capitalismo.

Las mujeres hemos conseguido, gracias a la lucha, muchos derechos en los últimos cuarenta años. Pero lejos de haber logrado la liberación total, hay barreras que no se han superado (discriminación laboral, responsabilidad del cuidado) y en algunos ámbitos la opresión se ha incrementado (sexualización y cosificación del cuerpo de la mujer). La opresión se ha profundizado en algunos aspectos, ha modificado su puesta en escena. Hablamos del nuevo sexismo, la representación de la opresión de la mujer en la actualidad que relaciona, principalmente, dos ideas: se ha conseguido la igualdad y la sexualización forma parte de la libertad de elección de la mujer.

Si bien el aumento de la cosificación de la mujer es la principal característica del nuevo sexismo, es importante comenzar reflexionando sobre las creencias que hacen posible que la hipersexualización de la mujer pase desapercibida como una manifestación más de la libre competencia.

Según algunos autores del ámbito de la psicología social, el sexismo moderno se fundamenta en tres pilares1: la negación de la discriminación —existe la igualdad formal—, el antagonismo ante las demandas que hacen las mujeres —la incomprensión cuando salimos a la calle por el aborto libre y gratuito—y el resentimiento acerca de las políticas de apoyo que consiguen —la criticada ley contra la violencia de género por abrir la puerta a posibles “falsas denuncias”. No nos encontramos ante el viejo sexismo descarado y claramente misógino representado, por ejemplo, por la Sección Femenina de la Falange, sino ante una ofensiva que combina la aceptación de cierta igualdad con la resistencia al cambio.

La ilusión de igualdad
La primera creencia que define el nuevo sexismo es precisamente que éste no existe. Se afirma que se ha conseguido la igualdad: las mujeres han accedido al mundo laboral, tienen un marco legislativo que les ampara, las hay que han llegado a las esferas de poder y además están protegidas culturalmente por los límites de lo “políticamente correcto”.

Todas estas son victorias importantes que marcaron un punto y aparte con la situación que vivían las mujeres hace cincuenta años. Y no son victorias regaladas. Las lucharon en los barrios, en las calles, en sus puestos de trabajo muchas mujeres y feministas bajo el franquismo y durante los años setenta. Si en la primera ola del feminismo las mujeres de principio de siglo lucharon por el sufragio femenino, en la segunda ola durante los 60 y 70 la lucha se centró en los derechos sexuales, el derecho al propio cuerpo y la igualdad legal y laboral. Pero mirando hacia atrás, vemos que la falsedad de la democracia burguesa y la omnipresencia del capitalismo no han permitido que se desarrolle una igualdad profunda y real para todas.

El acceso de la mujer al mundo laboral (que de hecho existe desde el inicio del capitalismo) no ha supuesto la igualdad: las mujeres son mayoría entre los desempleados de larga duración, tienen el 83% de los contratos a tiempo parcial y la brecha salarial se estima en un 27% menos que los hombres en todas las profesiones, en todos los sectores, con el bajo nivel de prestaciones que todo ello conlleva2. La responsabilidad del cuidado doméstico fomenta la opresión y justifica la mayor explotación. “Las mujeres continuamos a día de hoy sufriendo una enorme vulnerabilidad tanto dentro del mercado de trabajo remunerado como fuera de él, vulnerabilidad que encuentra su raíz y coartada en nuestra identificación social como responsables de la reproducción”3.

Los cambios legislativos son claramente insuficientes, además de fluctuantes y en situaciones de crisis como la actual tardan poco en prescindir de ellos. Si la democracia burguesa es incompleta y superflua, las medidas legislativas que promueven la igualdad tienen el mismo patrón, y la equidad prometida después de la transición ha supuesto avances constantemente frenados por el hambre infatigable del mercado y por la traición de la socialdemocracia a las mujeres trabajadoras. La igualdad formal no es igualdad real, pues el sistema no nos sitúa en las mismas condiciones.

En referencia a las cuotas de poder conseguidas por las mujeres, vemos que hay más directivas, catedráticas y políticas que nunca (aunque continúan siendo una minoría —sólo el 1% de la riqueza mundial está en manos de mujeres4). Es cierto que no se trata sólo de las ventajas que tienen estas mujeres en concreto —pues su presencia tiene un impacto en la visibilidad social de un modelo de mujer diferente al tradicional (dependiente y sumisa). Lo que sucede es que las que han logrado buenas posiciones tienden a extrapolar sus victorias personales al resto, cuando en realidad la mayoría de mujeres de clase trabajadora vive en unas condiciones durísimas, y cada vez peores con la crisis económica. Por otro lado, no significa obligatoriamente que las mujeres poderosas desarrollen políticas o visiones de más equidad. Merkel, Aguirre, Chacón, Barberá…ejemplos sobran.

La propia derrota que padeció la clase trabajadora y la izquierda en la transición llevó a la bajada del movimiento. “En la transición pactada no entraba buena parte de lo planteado por el feminismo dada la proyección y envergadura de su propuesta que chocaba con los límites de la política de pactos”5. Algunas demandas feministas fueron copadas por las instituciones y se limitó la lucha por los derechos de la mujer a cambios superficiales: paridad, retoques legales. “Los Institutos de la Mujer, estatal y autonómicos, y otras instituciones absorbieron muchas reivindicaciones”6. Que un mismo partido cree un Ministerio de Igualdad y que recorte sanidad y educación es una contradicción evidente para los derechos de la mujer. Son las políticas del maquillaje que tan bien aplica el PSOE, insuficientes para acabar con la discriminación estructural que sufre la mujer en el sistema capitalista. Tal y como señala Hester Eisenstein en su libro Feminism Seduced (Paradigm Publishers, 2010), la socialdemocracia se ha apoderado de algunas ideas feministas para contribuir a la expansión del capitalismo (como las guerras en Irak o Afganistán, que se suponía liberarían a la mujer —con guerra y devastación—).

En cuanto a la creencia de que las mujeres están protegidas por los cambios culturales que se han producido en las últimas décadas, hoy en día los comentarios machistas y misóginos más directos son menos tolerados, pero también es cierto que se valora a la mujer en función de los límites de lo políticamente correcto, y ésta es una línea muy fina y discontinua. Se trata más de corrección política que de convicción. Al tiempo que se ataca al ultramachista y misógino Salvador Sostres en los medios —ha comentado su gusto por las menores, su disculpa a la violencia de género y su racismo—7, se relega a las mujeres a imágenes sexualizadas y poco valoradas en toda la parrilla televisiva y en los anuncios cínicamente llamados de “relax” de la mayoría de la prensa. Es importante haber ganado una batalla ideológica contra el machismo más rudo, pero si continuamos representando en nuestra realidad a las mujeres como inferiores, como objetos sexuales y personas superfluas, el conservadurismo vuelve a ganar la batalla. La ideas no surgen de la nada, tal y como indicó Marx, “es el ser social el que determina la conciencia, no la conciencia la que determina el ser social”. Las victorias ideológicas no se mantienen si no profundizamos y consolidamos las victorias materiales.

Sexismo ambivalente
Todos, y sobre todo todas, tenemos montones de anécdotas que relatan escenas sexistas, pero hay algunas que no son admitidas por todo el mundo y se juzga un comportamiento sexista como algo aislado o no discriminatorio. Por ello, más allá de partir de la vivencia, es importante distinguir qué tipo de comportamientos sexistas se dan en la actualidad.

La teoría del sexismo ambivalente8 es bastante clarificadora, dando lugar a dos tipos de sexismo vinculados: sexismo hostil y sexismo benevolente. El sexismo hostil es una ideología que caracteriza a las mujeres como un grupo subordinado y legitima el control social que ejercen los hombres. Desgraciadamente, tenemos una buena camada retrógrada con eco en los medios de comunicación de masas que diariamente pone ejemplos. Sostres, Sánchez Dragó o, por ejemplo, hace poco Cristina López Schlichting indicando que “el feminismo es la causa del fracaso escolar masculino. […] Nuestros hijos varones crecen en un ambiente que les hace lamentar su sexo”9. En 2009 el arzobispo de Granada, Javier Martínez, daba a entender que la mujer que aborta “mata a un niño indefenso” y, por tanto, “da a los varones la licencia absoluta, sin límites, de abusar” de su cuerpo10. El sexismo hostil es claramente identificable y la reacción es mayoritaria.

Por su parte, el sexismo benevolente idealiza a las mujeres como esposas, madres y objetos románticos, resaltando características tradicionalmente valoradas como femeninas. “Se transmite la visión de las mujeres como débiles criaturas que han de ser protegidas y al mismo tiempo colocadas en un pedestal en el que se adoran sus roles naturales […], de los que no debe extralimitarse”11. Este tipo de sexismo pasa a veces desapercibido y es más asumido por las mujeres, si bien es muy peligroso por la falta de reacción inmediata. Exaltar constantemente la belleza de la mujer o valorar el cuidado familiar y obviar otros roles supone que cuando no se entra dentro de los cánones, se envejece o se pierde el papel de cuidadora, la autoestima tambalea, la culpabilidad aflora y las recriminaciones emergen. El sexismo benevolente utiliza un tono subjetivamente positivo con determinadas mujeres, las que asumen roles tradicionales, lo que supone la discriminación de todas aquellas que tienen papeles diferentes.

Mujeres de plástico
El síntoma más característico del nuevo sexismo es la extensión en nuestra sociedad del tratamiento de las mujeres como objetos. La expansión de la industria del sexo y la pornificación se ha dilatado desde los años 80: la prostitución, los clubs de striptease, la explosión de la pornografía por internet. Las revistas destinadas a los hombres con mujeres semidesnudas como FHM o Maxim tienen gran éxito, así como se da la normalización de imágenes sexualizadas en la publicidad, utilizadas para vender un billete de avión o un tampón. La industria del sexo es un gigante. En el Estado español, factura 420.000 millones de euros, la mitad del presupuesto del Ministerio de Cultura en 201012, lo que indica que además de la utilidad ideológica de mantener a las mujeres subordinadas, tiene un peso nada despreciable para el capitalismo. Pero no se trata sólo de la industria, sino de la permeabilización en todos los aspectos de nuestra vida diaria.

Las niñas juegan con muñecas de facciones imposibles como las Bratz —que parecen salidas de quirófano—, comienzan a depilarse antes y se fabrica ropa interior provocativa, con encaje y relleno, para niñas que aún no han llegado a la adolescencia. En Gran Bretaña han retirado de la cadena comercial Tesco un juego de striptease para niñas, con una barra fija de plástico y billetes de juguete incluidos. Está en todas partes y con consecuencias nefastas. Pero, ¿qué hay de nuevo en ello? ¿Acaso no han sido vistas como objetos sexuales desde hace mucho tiempo? Judith Orr explica que “cuando crecía como una adolescente en los setenta estaba claro que para una mujer joven la apariencia era algo primordial. Leía artículos en los que se explicaba cómo aplicar maquillaje en los pómulos y sombra en los párpados. Ahora eso no es suficiente. La cirugía estética es algo corriente”13.

De hecho, hay un aumento de la literatura feminista que analiza este fenómeno. Natasha Walter estudia en Muñecas vivientes. El regreso del sexismo (Turner, 2010) cómo “la influencia de este entorno cultural es tan grande que incluso las adolescentes ven en la cirugía la respuesta a la angustia que les provoca su cuerpo”. Según Pilar Rodríguez, presidenta de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME), “las jóvenes que llegan con fotografías de famosos para explicar que quieren unos labios como los de la actriz Angelina Jolie son frecuentes”14. Cada año, aproximadamente 400.000 personas se operan de cirugía estética en el Estado español, y alrededor del 90 % son mujeres. Se estima que alrededor de un 10% de quienes solicitan una intervención de este tipo son menores de edad15. Si bien la cirugía facial y el aumento de senos son las más comunes, la labioplastia y vaginoplastia son cada vez más demandadas. Como indica el testimonio de una joven en el libro de Natasha Walter: “Es por el porno. Somos conscientes de lo que han visto los hombres y sabemos qué es lo que esperan”16. Lo que en otra cultura sería juzgado como una mutilación del cuerpo femenino desde el racismo más eurocéntrico, aquí es valorado como una opción para aumentar la autoestima.

Si miramos la industria musical, ser desinhibida y sexy parece ser clave para dar una imagen de mujer liberada. Beyoncé o Shakira (o las compañías discográficas) no parecen tener suficiente con su música o su voz; bailar semidesnudas y con una actitud sexualmente disponible forma parte de ser una gran estrella. Moda, cosmética, cirugía; pero también música o cine.

Las imágenes sexualizadas de las mujeres jóvenes amenazan con borrar de la cultura popular cualquier otro tipo de representación femenina. Por si las deportistas profesionales sufriesen poca discriminación, la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) ha decidido que tendrán que llevar pantalones diez centímetros por encima de la rodilla y con una anchura máxima de dos centímetros entre la piel y la tela. La FIBA busca hacer el baloncesto femenino “más atractivo” para los espectadores y para los medios17.

Por otro lado, resulta cansado ver los bochornosos episodios en la prensa y televisión con la ministra Leyre Pajín como objetivo, ya sea criticando su físico o insinuando fantasías. Cuando una mujer se dedica a la vida política también es puesta en el punto de mira del sexismo. ¿Cómo esperamos que las mujeres jóvenes tengan otros modelos diferentes? ¿De qué nos sorprendemos cuando participan menos en política o tienen más reticencia a estar en el centro de la vida pública? El mensaje está claro: si quieres ser una mujer de éxito no puedes escapar al sexismo. Sube cuanto puedas, pero siempre te estarán mirando las piernas.

Desfilamos por una pasarela interminable. Se han afianzado normas rígidas de belleza y la principal diferencia con el sexismo tradicional —que siempre ha exigido a las mujeres tener una apariencia determinada— es que en la actualidad nos venden que ser atractivas nos da confianza y poder y es la clave para nuestra liberación. Pero, ¿cómo ha sido posible? ¿Cuándo se ha distorsionado el discurso feminista para favorecer al sexismo?

Libertad de elección o libre mercado
Se asevera que la libertad que hemos conseguido las mujeres en los últimos cuarenta años nos da la opción de hacer con nuestro cuerpo lo que queramos. Venderlo, operarlo, ofrecerlo, mostrarlo. Hemos pasado del derecho al propio cuerpo (reivindicación viva en el movimiento feminista) al derecho a mercantilizarlo. Incluso dentro de la izquierda, criticar la sexualización se convierte en ocasiones en un tabú. Cuando se cuestiona, aparece el argumento infatigable de la libertad de elección. Como decía Luz Sánchez–Mellado en El País: “Que me perdonen las ortodoxas, pero estoy hasta los ovarios de ir con la pancarta de nosotras parimos, nosotras decidimos por la vida. Me tiño porque quiero, me ciño porque puedo y llevo tacones porque me da la gana”18.

Pero, viendo el actual contexto, ¿realmente hay más opciones? ¿Qué sucede cuando una mujer no entra dentro de los cánones? ¿En que se basa la autoestima femenina en nuestra sociedad? “Determinadas elecciones se aplauden y otras se marginan, y esta situación tiene consecuencias claras en el comportamiento de hombres y mujeres”19. No se trata de recriminar a las mujeres individualmente ni de tener una prescripción de qué comportamiento es aceptable e inaceptable, sino de ser conscientes de la presión social que se ejerce y la utilidad del discurso de la libre elección para mantener las ideas dominantes sobre la belleza femenina. Se trata de conseguir y defender una visión de una liberación real, con una apertura real y opciones para todas las personas.

La cultura de la hipersexualización “ha absorbido la historia y el lenguaje de las luchas de las mujeres por el derecho de exigir sus deseos y necesidades sexuales, hasta convertirlas en nada más que objetos para el divertimento de otros”20. Ha habido una reacción a las victorias que se ganaron en los 70, cuando el movimiento feminista “impulsó uno de los cambios de mayor impacto en la vida de las mujeres y en el conjunto de la sociedad […] No solo se trataba de conseguir cambios legislativos y asistenciales concretos, sino hacerlo formulando nuevos derechos: el derecho al propio cuerpo, a vivir la sexualidad y la maternidad con libertad, a decidir”21.

Al igual que ha sucedido con el movimiento por la diversidad sexual LGTB, “las reformas en favor de la igualdad […] han sido aprovechadas por grandes empresarios, los cuales han desvirtuado el origen luchador de las mismas, generando el llamado mercado rosa”22. El capitalismo ha convertido las victorias de la mujer en mercancías. La falsa idea de igualdad es el marco perfecto para esta creencia, pues si las mujeres somos libres e iguales, la sexualización solo es producto de nuestra propia elección. Pero, ¿quién es libre bajo el capitalismo? Precisamente las mujeres no, y aún menos las mujeres de clase trabajadora. La libertad de elección se queda en nada cuando impera la libertad de mercado.

El nuevo sexismo, junto a la responsabilidad del cuidado, es la principal expresión de la opresión de la mujer hoy. Al tiempo que ha habido rápidos cambios en la familia en los últimos cuarenta años y son aceptadas experiencias sexuales más diversas, el neoliberalismo ha incrementado unas relaciones personales cada vez más alienadas. La educación sexual es mísera y trabajamos (o no lo hacemos) bajo mucha presión.

Las necesidades humanas han sido trasformadas en productos de consumo. Cualquier cosa puede ser comprada. Pero las necesidades sexuales no deberían ser como una hamburguesa o unos zapatos, deberían estar basadas en la atracción mutua, el consentimiento y la satisfacción. Convertir la sexualidad humana en un producto de consumo pone a la mujer en una estantería de supermercado, refuerza la división de las mujeres como objetos y de los hombres como los compradores del producto23. No se trata sólo de la expansión de la industria sexual y pornográfica, sino de la instrumentalización del cuerpo de la mujer en la globalidad del mercado. Si el neoliberalismo nos ha convertido en una estrategia para aumentar los beneficios, el capitalismo hace tiempo que nos puso en venta.

Doble jornada
El nuevo sexismo fomenta sus bases en la opresión de la mujer. La familia nuclear es la principal institución y su importancia reside, entre otros factores, en asegurar la reproducción física y el mantenimiento de la clase trabajadora de forma gratuita para la clase dirigente. Para justificar esta estructura, se promueven roles de género para cada sexo: el hombre aporta el salario y la mujer el cuidado (es obvio que la mujer trabajadora ha de cumplir ambos). En el Estado español, “las mujeres disponen de menos tiempo libre que los hombres ya que, aunque trabajan casi dos horas menos que ellos, dedican tres horas más a la realización de las tareas domésticas y al cuidado de niños y adultos del hogar”24. Se perpetúa así la doble jornada: la laboral (discriminatoria y mal remunerada) y la doméstica (gratuita, invisible y poco valorada).

El nuevo sexismo no se ha desarrollado ni mucho menos en una sociedad igualitaria. El papel impuesto a la mujer dentro de la familia crea la base ideológica y material para la opresión. Si bien las reformas que se suceden bajo el capitalismo ayudan “a mitigar la precariedad de la mujer, y tienen que ser recibidas como un triunfo […], éstas sólo conseguirán parchear un sistema que gotea por todas partes”25. Es importante luchar para mejorar la situación con demandas que hoy sean asumibles, pero intentando avanzar en la radicalidad para atacar la raíz del problema.

Hay dos perfiles bien marcados: el de mujer sexy y atractiva o el de madre y cuidadora. Estos roles coinciden con el papel reproductivo (sexual) y el de mantenimiento de la clase trabajadora que el capitalismo nos reserva. Bajo el neoliberalismo se combinan espectacularmente ambos. Ser una mujer en la actualidad significa ser buena en el trabajo y comprometida como pareja o madre, pero sobre todo estar preocupada por el físico. Ya no existen sólo las buenas y las malas, los ángeles del hogar26 y las mujeres que sobrepasan los márgenes de lo correcto. Todas tenemos que ser sexualmente agresivas y tradicionalmente responsables. Esta ambivalencia genera una tensión enorme para las mujeres de clase trabajadora, que pese a la explotación laboral y la opresión han de pretender la perfección física. El capitalismo combina las viejas ideas con las nuevas, mantiene los papeles que le convienen y añade nuevas exigencias.

Cambiar las cosas
¿Cómo podemos cambiar la sociedad para conseguir una liberación real? Si la base material de la opresión de la mujer reside en la familia nuclear, la lucha contra el sistema capitalista que la fundamenta es clave. La opresión de la mujer no tiene efectos iguales para todas: las de clase dirigente, por su posición social, tienen más posibilidades de superar las dificultades prácticas. Poseen más independencia económica para dejar una mala relación, pagan por el cuidado de los hijos o pueden coger un taxi a altas horas de la noche y evitar el miedo a una agresión. Además, las mujeres de la clase dirigente tienen un interés claro en mantener la opresión y explotación de las trabajadoras, como muestra por ejemplo recientemente Esperanza Aguirre con los recortes del sector público en la Comunidad de Madrid.

Los recortes en sanidad y educación van a profundizar la opresión; el rol de las mujeres como cuidadoras está siendo reforzado por la contracción del estado del bienestar. “Prácticamente todas las crisis económicas contemporáneas que hemos conocido disminuyen el tamaño de la economía formal y aumentan el de la informal y, sobre todo, el de la economía doméstica y de cuidados [...] que, como es bien sabido, realizan sobre todo las mujeres”27. Pero también tiene consecuencias a nivel ideológico. Si no conseguimos parar los recortes sociales y frenar la derechización de las ideas dominantes, volveremos al conservadurismo que promueve el sexismo hostil, situando a la mujer como inferior, esclava y sumisa. Por eso el antisexismo ha de ser profundamente anticapitalista.

En los momentos en que ha habido grandes luchas de la clase trabajadora, los movimientos de mujeres han emergido con fuerza. En los años noventa se empezó a hablar de la tercera ola del feminismo para referirse a las jóvenes feministas que, herederas de la lucha de los setenta, conformaban una visión plural, sin ser un proyecto unitario ni un movimiento de masas, pero sí cada vez más numeroso28. No se trata sólo de discutir sobre cómo llamamos a un movimiento, si lo es o no o si merece etiquetas históricas. La cuestión es que están cambiando las cosas. Muchas activistas, desde diferentes estructuras y formas de lucha, se están rebelando contra los estereotipos de género y la crisis. Las marchas de las slutwalks29 —activistas que salen a la calle para rechazar cualquier acción de acoso sexual, con lemas como “mi vestido no es un sí”—muestran como la indignación va generando nuevos movimientos. Campañas contra la publicidad sexista, contra las manifestaciones machistas de la iglesia católica, en defensa del derecho al propio cuerpo, resistiendo a los recortes. Al mismo tiempo, cada vez hay más gente que lucha para conseguir una sociedad más justa, basada en la democracia real. La conexión entre estas dos luchas es orgánica, tal y como hemos visto durante el 15-M en las plazas: se ha apelado al uso del lenguaje no sexista, se ha debatido sobre la opresión de la mujer, se ha apoyado a sectores de trabajadoras en conflicto. Se han creado espacios feministas que, nutridos de activistas con años de experiencia, han contribuido a superar algunas contradicciones que imperan en la sociedad y se reflejan en el movimiento—algunas experiencias extensamente relatadas en el reciente Dossier de la Comisión de Feminismos de Sol30.

La cuestión de la mujer ha estado presente, pero tenemos que profundizar, impulsar campañas contra el sexismo y conectar la lucha contra los recortes con la lucha por la liberación. Cada vez hay más activistas que se rebelan contra la opresión y contra la dictadura de los mercados, en Grecia, en Egipto; en las plazas, en los hospitales; de diferentes formas y con distinto alcance. Ha subido la marea. Como revolucionarias lucharemos para que esta ola sea anticapitalista y, en consecuencia, profundamente antisexista.




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