viernes, 15 de junio de 2012

506.- Eva, la primera soñadora




Eva, la primera soñadora

por Elena G. Gómez

¿Qué pasaría si Eva no hubiera mordido la manzana?... ¿Qué ocurriría si el árbol de la ciencia del bien y del mal en realidad no hubiera sido ningún árbol?... ¿A quién, en pleno siglo XXI, le importa la historia de Eva? 
Tal vez, efectivamente, a nadie, pero la realidad es que los efectos de esa intragable historia aún continúan condicionando la vida de miles de mujeres del planeta. 
Una historia inventada, lógicamente, por hombres, y que se perpetuó sobre todo a través de los hombres de las iglesias, con el único fin de atemorizar y utilizar durante siglos a la mujer, una historia que la colocó y aún la coloca en un escalón por debajo del hombre.
La Eva creada por el hombre es una Eva que salió de la costilla de Adán, es decir, un ser incompleto, que durante muchos siglos por no tener no tenía ni alma, y cuando el bondadoso hombre le concedió alma le negó cualquier capacidad mental. Así, si una mujer tenía ideas propias, o tenía una mente más lúcida que los hombres, era inmediatamente condenada, tratada de bruja o sometida a un férreo control por parte de padre, hermanos o esposos.
Una Eva creada para que el pobrecito de Adán no se sintiera solo, o lo que es lo mismo, un juguete sexual, que al fin y al cabo es como muchos hombres siguen viendo a las mujeres. 
Una Eva culpable, madre de todas las mujeres, lógicamente culpables, como ella, excusa perfecta para que los machistas sigan ejerciendo un poder absoluto y tirano sobre las mujeres.
Una Eva “pecadora” que condicionó y marcó, e hizo que las mujeres durante mucho tiempo se lo creyeran y, como consecuencia, vivieran con temor, con culpabilidad, con sumisión…
Pero, tal vez la historia fue otra…
“Hace muchos miles de años vivían en el bosque distintos grupos de simios. Eran unos grupos pequeños y organizados donde todos cuidaban de todos.
En uno de estos grupos había una hembra distinta a todas los demás.
La pequeña siempre había sido diferente, todos los sabían y todos la habían aceptado porque sus conocimientos habían provocado cambios importantes en los hábitos cotidianos del grupo, cambios que les habían hecho mejorar. 
Por eso nadie se extrañó cuando un día los reunió a todos y les pidió que la siguieran sin preguntar nada, sólo que confiaran en ella.Eva contempló algo que la dejó fascinada: todos los miembros de su tribu habían cambiado, caminaban erguidos, y Eva comprendió que eso era el principio de un nuevo tiempo que les llevaría a lugares lejanos, a experiencias inimaginables.
Y así lo hicieron, y así fue como Eva les condujo fuera del bosque, a un lugar donde hasta entonces nadie se había atrevido a llegar. El grupo tuvo que enfrentarse a nuevos obstáculos, pero Eva sabía cómo debían hacerles frente, y sin apenas darse cuenta, esas dificultades fueron haciendo que todo cambiase, que se les abriesen nuevos espacios en sus incipientes mentes, que empezasen a pensar.
Pero lo que nadie sabía era que Eva, desde niña, tenía sueños. Sueños donde aprendía a utilizar nuevos objetos. Sueños donde veía hacia donde tenía que dirigirse para obtener mejores alimentos. 
Por eso, unas noches antes de emprender el viaje, había tenido un sueño, un sueño donde había visto a su gente caminar en el suelo, no por los árboles. Y por primera vez pudo contemplar un paisaje tan amplio que su vista no alcanzaba a ver su final. Un paisaje en el que casi no había ningún árbol y la hierba, que en el bosque era pequeña, llegaba a cubrirla a ella y a los demás.
Pero Eva contempló algo que la dejó fascinada: todos los miembros de su tribu habían cambiado, caminaban erguidos, y Eva comprendió que eso era el principio, el principio de un nuevo tiempo, el principio de un cambio que les llevaría a lugares lejanos, a experiencias inimaginables”.
Eva, la primera soñadora, nuestra madre, era una hembra que amaba a los suyos, una líder que los cuidaba y conducía siempre por lo mejor. Era inteligente y despierta. Le gustaban las situaciones difíciles, los retos, y no se detenía ante nada porque sabía que la respuesta estaba en su interior.
Nosotras, las descendientes de Eva, debemos ahora elegir qué madre queremos. Podemos ser la Eva creada por el hombre y asumir ser la otra costilla, y vivir siempre bajo las limitaciones, la inercia, las comodidades. 
Ser esa Eva sumisa, pasiva, superficial. 
Esa Eva enamorada de sí misma que se pasa el día preocupada de sí misma, de su imagen, de sus amores, envidias, etc.
O, por el contrario, nos reconocemos descendientes de la verdadera Eva, una Eva comprometida con todo lo que la rodea.
Una Eva que no es pasiva ante nada en la vida. Que quiere crecer, conocer, superarse. 
Una Eva que no espera, sino que actúa. Que no dice, sino que hace. 
Una Eva que lucha por las cosas importantes de la vida. 
Una Eva que sabe que todos los derechos que las mujeres disfrutan ahora son el fruto del sacrificio de muchas otras mujeres que se negaron a ser mujeres objeto, a aceptar las injusticias, las desigualdades, el silencio.
Una Eva que sabe tanto del valor del sacrificio, de la dignidad, de la valentía, como de la sensibilidad y de la ternura.
Una Eva valiente, fuerte, segura y decidida.
Cada una elige… 



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