miércoles, 1 de octubre de 2014

818.- Mariano Chance Rajoy



Mariano Chance Rajoy


Como Chance, el jardinero de la película de Sellers, Rajoy llegó a la cúspide de la política nacional por hablar poco, saber sonreír, decir ‘sí’ a su jefe (antes Aznar; hoy Angela Merkel) y soltar frases elípticas sin sentido que sus fieles interpretan como un oráculo mariano

Por Ramón Lobo 

30/09/2014

Mariano Rajoy recuerda a mister Chance, el último papel de Peter Sellers. Es un tipo con una vis cómica que sus críticos no reconocen. Da risa aunque el papel sea serio. Al salir al escenario, en directo, diferido o vía plasma, el público se predispone de tal manera a la carcajada que diga lo que diga resulta gracioso. Es algo que está al alcance de los más grandes: Carmen Sevilla (en Telecupón y Cine de Barrio) y Mariló Montero (casi a diario). Hay que tener mucho talento cómico para afirmar que a la economía española es la locomotora de Europa, que tira de Alemania y Francia, gracias al éxito de sus reformas. Y mucha suerte para que no te ingresen en un manicomio o te llueva una tomatina.

Pese a sus talentos, nuestro personaje tiene un problema de guión, de contexto: su trabajo no se desarrolla en la comedia como él cree, sino que fluctúa del drama a la tragedia, a la tragedia de los demás, se entiende. Recuerda al Sellers de la película ‘Being There’ (Estando allí), que en España se tituló ‘Bienvenido Mister Chance’ por misterios insoldables que afectan al doblaje y a las traducciones, capaces de bautizar ‘Con faldas y a lo loco’ la película de Billy Wilder que el mundo civilizado conoce como ‘Some Like It Hot’ (A algunos les gusta caliente). Peor fue en América Latina, que se tradujo por ‘Una Eva y dos Adanes’. Somos un país que no conoce la voz de Marilyn Monroe. Así nos va.

Mariano Sellers Chance es un personaje ambiguo. Se hizo nacer en Galicia con la esperanza de tener cobertura cultural, una excusa inapelable y perenne: "¡Es que es gallego! Pero de gallego tiene poco. Hacerse el longuis no es suficiente. Tiene el nacimiento, eso sí, y los estudios, los veranos en Sanxenxo y el marisco a dos carrillos. No sé si ya aprendió el idioma, pero en la época del Prestige iba justito: ‘O meu xastre é rico’, que en el lenguaje de Ana Botella significa ‘My Taylor is Rich’. 

Mariano vive pegado a un mando a distancia. Lo lleva siempre entre las manos o en el bolsillo derecho del pantalón. Él no se rasca la huevera como los demás machos alfa, él se acomoda el mando como Di María. Lo pone encima de la mesa del Consejo de Ministros y en las ruedas de prensa lo esconde en el atril entre papeles con una letra, la suya, que no entiende. Cada vez que un periodista formula una pregunta, él cambia de canal o presiona el botón de ‘pause’ y ahí se queda, pausado durante un tiempo, a veces días, hasta que le despiertan.

Como Chance, el jardinero de la película de Sellers, Rajoy llegó a la cúspide de la política nacional por hablar poco, saber sonreír, decir ‘sí’ a su jefe (antes Aznar; hoy Angela Merkel) y soltar frases elípticas sin sentido que sus fieles interpretan como un oráculo mariano: "Quien me ha impedido cumplir con mi programa es la realidad".

Su exégetas en el Gabinete y en el partido, los ‘spin doctors’ patrios, acuden raudos a las televisiones a traducir el enigma, a dar sentido práctico al oráculo del I Ching, que lo mismo te dice una cosa que su contraria. Para Floriano, que ya llegará a esta sección, la frase se traduce: "La culpa de todo la tiene Zapatero". Si careces de dones, lo mejor es la reiteración dialéctica.

Nuestro personaje tiene un problema de control muscular. Neurocirujanos de gran prestigio trabajan en buscar soluciones a sus tics, sobre todo cejas y párpados, que suelen dispararse cuando el presidente no dice la verdad. Esto es un contratiempo serio en campaña electoral porque el presidente, a tenor de sus incumplimientos de programa, miente mucho. Los recortes en investigación y Sanidad impulsados por su Gobierno juegan en contra. Llevará tantos años dar con la solución que sus médicos le recomiendan que aprenda a decir la verdad.

Aunque no sea fluido en el idioma gallego, Mariano lanza galleguismos de primera, seguramente copiados en You Tube. Este es uno de los más célebres: "La reforma laboral puede suponer abaratar el despido o no". Es tan bueno que podría pasar por un berrismo, entiéndase una de las ocurrencias de Yogi Berra, ex jugador, ex entrenador y alma carismática del equipo de béisbol Yankees de Nueva York. Sus dislates se consideran brotes de genialidad propios de Groucho Marx.

Si allí es donde quiere llegar nuestro Mariano debe esmerarse en construir frases más cortas y rotundas. Mientras que Berra afirma "en realidad no he dicho todo lo que dije", Mariano se lía: "Todo lo que se refiere a mí y a los compañeros del partido no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los medios". Ambos tienen su Wikiquote. De los berrismos, os hay soberbios, destaco uno: "No puedo concentrarme mientras pienso". A Rajoy le pasa lo contrario: no puede pensar cuando se concentra.

Mariano nunca dice nada, no se moja, parece un melindroso, un Gerald Ford, el presidente que perdonó a Nixon y se cayó por la escalerilla del avión a los pies de Brezhnev, el gran enemigo. En las reuniones en las que se tratan problemas que deben resolverse urgentemente, dice: "Bueno, voy a darle una pensadita", y se muda de sala para ver tranquilo un partido de fútbol. Si es del Real Madrid, mejor.

Todo es una impostura, una tapadera del verdadero líder. Un plan ideado por los servicios secretos. Detrás, o dentro de él, habita un peligrosísimo Cyborg, un killer capaz de matar sin mover un músculo, ni siquiera un tic. Sus armas son la cuerda y la paciencia. Mariano no olvida una afrenta, una cara. Su dicho favorito es el de siéntate a esperar a que pase el cadáver de tu enemigo. Le gusta porque es el dicho que requiere menos esfuerzo. Mariano es el Cyborg más vago del universo, nada que ver con Arnold Schwarzenegger al que deberían dar una plaza en Madrid.

Cuerda la que le dio al pobre (8.500 euros vitalicios al mes) Alberto Ruiz Gallardón para que se ahorcara él solito. Se ahorcó sin verdugos, que con tanto recorte no hay matarifes y la pena capital se ha convertido en un hágaselo usted mismo.

Nuestro héroe superó el 14M, aquella dramática comparecencia para recordarnos a todos que él era Mariano Rajoy. Mantuvo la teoría de la conspiración, la de ha sido ETA, a sabiendas de que era falsa con la esperanza de no perder votos. Se sobrepuso a dos derrotas y a los desprecios del hombrecillo insufrible (al que también ha dado cuerda; dos: una para él y otra para ella). Mariano se enfrenta ahora al más temible de los desafíos intergalácticos: el del malvadísimo sir Artur Mas, que pretende separarse sin su permiso de la Vía Láctea. Para luchar contra él ha nombrado a la implacable princesa Soraya jefa de banderas y símbolos patrios. El mus, la siesta, el tapeo, la bandera de Colón y el dedo medio incorrupto de Rouco Varela parecen a salvo. La guerra no ha hecho más que empezar.





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